“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

“La boca del infierno”: de poetas y satanistas

La boca del infierno (Evaristo Editorial, 2016), de Osvaldo Gallone, es una novela tramada en torno al encuentro entre el ocultista inglés Aleister Crowley (1875-1947), con veleidades de escritor, y el poeta portugués Fernando Pessoa (1888-1935), seducido por el sebastianismo, movimiento místico secular que esperaba el regreso del rey Sebastián I de Portugal, muerto en la Batalla de Alcazarquivir en 1578.
Narrada por un cronista que deja constancia de las exageraciones y suposiciones que son necesarias para la reconstrucción de cualquier acontecimiento, el texto avanza a partir de la acumulación de detalles íntimos que muestran la humanidad, entorno y afectos más cercanos, tanto del “poeta claramente desencaminado de la realidad” como del “nigromante con inclinaciones satanistas”. Eligiendo detenerse en una mínima cantidad de acciones, el autor propone un viaje a través de una ingeniosa cadena de asociaciones sobre las ideas imperantes a comienzos del siglo veinte, que ayudan a comprender la idiosincrasia de una Europa de grandes ilusiones.
En un logrado ejercicio de estilo, y a modo de celebración de la prosa poética de Pessoa, en el Capítulo III desfilan partes apócrifas del Livro do Desassossego, escrito por Fernando Pessoa, bajo el nombre de Bernardo Soares, entre 1913 y 1935. Presentado como El libro de la melancolía (con traducción de Manuel Villena-Calvo), aparecen pasajes metafísicos existenciales de este orden: “Tímidamente, para mi gusto, Swedenborg postula: ‘No hay un solo demonio a quien estén sujetos los infiernos’. Abundo y completo: tampoco hay un solo dios a quien estén sujetos los cielos, ni un solo yo a quien estén sujetos los hombres, ni una sola niebla a la que esté sujeto el esplendor. No es algo que se entienda, sino que se atisba”. O filosóficos como: “Ella le dice ‘amor’ a un hombre (como podría decirle ‘mi cielo’, ‘mi tesoro’, ‘mi luz’: una inagotable lista de untuosos apelativos que los enamorados pretender agotar en el curso de su primer encuentro), y una mera conjunción de azares ha hecho que ese hombre sea yo”.
Con amplio manejo del castellano, agudo ingenio verbal y piadoso uso de la sátira, La boca del infierno recrea el mundo de los poetas y de los magos, para hablar de esos cruces insospechados donde la magia se revela en un puñado de palabras y hasta un verso memorable brota de una galera. (José María Marcos, La Palabra de Ezeiza, 05-06-17)