“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

El mundo de Marisa Vicentini

Una potente historia policial de fantasmas, 
en la novela debut de esta escritora argentina

Para INSOMNIA, Nº 199, julio de 2014

Editorial Muerde Muertos comenzó a distribuir sus novedades, El fantasma del rosario, de Marisa Vicentini, y Crónicas del mal, de Alberto Ramponelli, ambos editados en la Colección Muertos. En su octavo libro, Ramponelli vuelve a desplegar su consolidado estilo para recrear casos policiales argentinos y tratar de develar por qué un ser humano es capaz de transformarse en un asesino. En su debut, Vicentini nos sorprende con una potente historia policial de fantasmas en la línea de las grandes narradoras inglesas como Daphne Du Maurier y PD James. Ambos libros están en las librerías Galerna y en algunas semanas en Cúspide y Yenny. También, pueden adquirirse a través de un sistema de compra directa, escribiendo a malpascal@yahoo.com.ar, con envíos sin cargo a todo Capital Federal. Con Alberto Ramponelli dialogamos para una entrevista que salió publicada en INSOMNIA en la edición Nº 161, de mayo de 2011. Hoy, es el turno de conocer a Marisa Vicentini.

UNA ESCRITORA DE DOS MUNDOS

La editorial Muerde Muertos presenta a la autora de esta manera: “Cuando a los 10 años se fue a vivir a Canadá, Marisa Vicentini (1971) se encontró ante un mundo de diferencias idiomáticas y culturales. Sin amigos y con mucho tiempo libre frecuentó la biblioteca de Town Mount Royal, en Montreal. Descubrió los clásicos de la literatura fantástica y su pasión por lo sobrenatural, el terror y el folklore de tradición anglosajona. De regreso en Buenos Aires estudió Turismo y trabajó en empresas del rubro. Comenzó a escribir cuentos cortos durante las horas de insomnio de una licencia por maternidad y luego a participar de distintos talleres literarios. El fantasma del rosario fue seleccionada para participar de la Clínica de Novela dictada en el Centro Cultural Ricardo Rojas, a cargo de Matías Serra Bradford en 2011, y es su primera novela publicada. Vive en Bella Vista, San Miguel, provincia de Buenos Aires”.

TODO COMENZÓ EN LA BIBLIOTECA
DE TOWN MOUNT ROYAL

—En tu biografía se cuenta que a los 10 años te fuiste a vivir a Canadá. Allí, en la biblioteca de Town Mount Royal (Montreal), descubriste los clásicos de la literatura fantástica y tu pasión por lo sobrenatural, el terror y el folklore de tradición anglosajona. ¿Cómo recordás aquellos días? ¿En cuánto marcaron a la que escritora que sos?
—Tengo muy mala memoria de corto plazo, en cambio recuerdo los detalles más insólitos desde los dos años. Del tiempo que viví en Canadá mis mejores recuerdos están relacionados con la lectura, el mueble con decenas de cajoncitos de la biblioteca donde estaban las tarjetas que servían para buscar libros. Yo siempre estaba en “Ghosts”, “Supernatural”, cosas por el estilo. Me leí todo lo que había, esas lecturas estimulaban mi imaginación, había mucha variedad, desde fantasmas a vampiros, y mucho folklore franco canadiense así como de tradición inglesa. De hecho ahora estoy trabajando en un cuento inspirado en uno que leí allí, tendría 11 años como mucho, así que no sé quien era el autor ni recuerdo el nombre del cuento, pero la historia era fascinante y aún me da vueltas en la cabeza.
—¿Qué escritores reconocés entre tus influencias?
—De todo lo que leo me llevo algo, siento que escribo distinto a medida que sigo leyendo buenos libros, así que evidentemente las influencias son muchas y se van sumando. Me encantan los autores ingleses, de hecho, leo más en inglés que en castellano, Emily y Charlotte Brontë, Jane Austen, Mary Shelley, PD James y los actuales como Zadie Smith siempre me atrapan. Soy fan de Nathaniel Hawthorne y Theophile Gautier así como de Stephen King y John Saul. También debo reconocer que leer cierta poesía me llena al alma como escritora y digo “cierta” porque de poesía sé muy poco, leí lo que me fueron recomendando y lo que busco yo por las mías. En el colegio leí Alfonsina Storni y la admiro profundamente. En la mesa de luz tengo una biografía de Sor Juana Inés de la Cruz y otra con las obras completas de Walter de La Mare. Busco quedarme con un poquito de todo eso cuando escribo.

“MI PLAN PERFECTO ES VER PELÍCULAS
DE TERROR JUNTO A MI HIJA”

—¿Otras disciplinas artísticas están presentes en tu literatura?
—El cine es inspiración constante. La escalera como eje de la acción en mi novela viene de una película de terror viejísima que a mí me encantó y que se llama “Al pie de la escalera” y cuando hacen la sesión de espiritismo de menciona otra película que vi cuando tenía 10 años. Mi plan perfecto es ver películas de terror junto a mi hija que ahora tiene edad para acompañarme, ¡porque mi marido insiste en quedarse dormido cuando yo propongo ese plan! Por otra parte, la música me inspira muchísimo, las ideas fluyen más fácilmente si hay de fondo buena música.
—¿Qué novela y/o cuento te hubiera gustado escribir?
—“La pata de mono”, de William W Jacobs. Para mí es un cuento perfecto, y en novela: Cumbres borrascosas, de Emily Brontë,
—¿Qué película te hubiera gustado filmar?
Sexto sentido, escrita y dirigida por Night Shyamalan.

UNA HISTORIA DE FANTASMAS

—¿Cómo nació El fantasma del rosario?
—Nació con mis ganas de escribir una historia de fantasmas que tuviera todos los condimentos de los relatos clásicos. Que tuviera personajes con verosimilitud, que no traicionara lo que a mí me gusta leer.
—La novela tiene una trama muy sólida. La verdad se va revelando poco a poco. ¿Desarrollaste un esquema previo para su escritura?
—No hay forma de que yo tenga un esquema porque escribo a medida que las imágenes se me presentan de repente, entonces trato de poner en palabras lo que imagino y eso es un proceso muy desordenado. Como escribo así, tengo fragmentos dispersos por todos lados, hasta en servilletas de bar, o en cualquier papel que tengo al lado de la cama, porque muchas cosas que están en el libro fueron parte de sueños míos, de pronto al despertar garabateo lo que me quedó dando vueltas en la noche. Ahora trato de unificar al menos en un cuaderno. Con esta novela llegué a un punto de caos tal que tuve que sentarme a ordenar todo y hacer fichas para cada personaje, con sus detalles, ideas, y actos, cosa de no caer en errores o contradicciones.
—La casa donde se desarrollan los hechos sobrenaturales tiene una presencia destacada durante toda la historia. ¿Como modelo, tomaste alguna casa que conocías?
—Las ganas de escribir algo así ya las tenía, pero sin duda el disparador de todo fue una casa, que existe en Bella Vista y que estuvo abandonada durante años. Es una mansión de principios del siglo pasado. Cuando vi la casa me impresionó tanto que pensé: “¡Esta es la casa embrujada que necesito!”. De ahí en adelante la historia se disparó solita. Hace un año la casa fue transformada en un restaurante que se llama “Ceres”.
—Trabajaste la novela en la Clínica de Novela dictada en el Centro Cultural Ricardo Rojas, a cargo de Matías Serra Bradford en 2011. ¿Qué te aportó este proceso?
—La clínica me ayudó mucho para salir de la soledad propia de los escritores, escuchar a los otros autores, y las críticas que me hicieron fueron fundamentales para ajustar el rumbo del trabajo y darme ánimo para terminarla.

LOS PRIMEROS LECTORES

—¿Los primeros lectores de tu novela qué comentarios te han hecho?
—Dos textuales. El primero: “¡Hola, Marisa!!! ¡Empecé el libroooo!!! ¡Me hace llorar!!!! ¡Está buenísiimoo!!! Mañana viajo, ¡y me lo llevo para terminarlo!!! ¡Sos una grandee!!! Te felicito!!!”. Otro: “¡¡Buenísima tu ‘ópera prima’, Marisa Vicentini!! ¡Una genio! Lo disfruté muchísimo. Te felicito y me quedo esperando el próximo”.
—¿Qué lugar ocupa la literatura en tu vida?
—Placer, relajación, creación, diversión, miedo, emoción, conocimiento, curiosidad, y mucho más, es la literatura para mí.
—¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?
—Estoy escribiendo una novela, también un libro de cuentos de terror y recopilando historias de fantasmas verdaderas entre gente de confianza. Quiero esas historias que cada familia tiene atesoradas y que no se cuentan a nadie de afuera del círculo íntimo.

“KING ES UN GENIO”

—¿Recomendás algún libro y/o película de Stephen King? “A mí me encantó Cementerio de animales por su originalidad. Stephen King es un genio”.

ASÍ ESCRIBE
Fragmento de El fantasma del rosario (Muerde Muertos, 2014)

Micaela Dupuis subió al taxi y dijo:
—A Muan y las vías, del otro lado.
El chofer la observó a través del espejo retrovisor: desprolija, el pelo corto revuelto, pálida y ojerosa. Buscaba algo en la cartera.
—¿A Moine y las vías del San Martín o del Urquiza? —dijo el hombre con tono socarrón.
—A Muan y las vías del San Martín —respondió ella, que había encontrado el paquete de cigarrillos y reanudaba la búsqueda del encendedor. Segundos después su mano temblorosa la traicionaba y no conseguía ni una chispa. Intentó unas cinco o seis veces y llegó a fastidiarse al punto de insultar en voz alta. En el momento en que una tenue llama azulada quemaba las primeras hebras de tabaco y una delgada culebra de humo comenzaba a zigzaguear en dirección al techo del auto, el chofer le dijo desde el espejo a la vez que señalaba un cartelito rojo—. ¿Cómo se dirá “prohibido fumar” en francés?
—No sé —respondió Micaela—, pero sé cómo se dice “imbécil”. Pará, que me bajo acá. El chofer detuvo el auto bruscamente. Micaela revoleó un billete de cinco pesos y se bajó.
Desde el interior del vehículo escuchó al hombre decir:
—¿Y flaca? Yo también quiero saber cómo se dice “imbécil” en francés, por ahí me sirve con algún pasajero medio engrupido.
Micaela expiró una bocanada de humo con los ojos cerrados.
—Se dice “tax-xiiisst” —respondió con énfasis en la equis y arrastrando la i.
Estaba a más de quince cuadras de la que sería su nueva casa. El flete con las cosas llegaba más tarde, por lo tanto decidió caminar por las calles del barrio de su infancia. No tenía nada más que una dirección anotada en un papelito, un número de la calle Francia, que ella calculaba quedaría justo en la intersección con Muan.
En el flete venían las pocas cosas que deseaba conservar: el sillón verde, el somier, cuatro canastos con ropa, los libros, la góndola y las fotografías. Eso era todo lo que la acompañaría del pasado, suficiente para mantener la carga de los recuerdos.
Pasó Muan y llegó hasta Francia y Sourdeaux. Al mirar los letreros con los nombres de las calles se preguntó cómo pronunciaría “Sourdeaux” el taxista. Cuando estuvo frente a la puerta de rejas miró la casona como un niño a un gigante; la sorprendió la arquitectura y la antigüedad de los materiales. Era una construcción estilo inglés que tenía aspecto de estación de ferrocarril, con barandas y postigones pintados de azul oscuro. Estaba rodeada de un gran jardín cubierto de malezas, y en los fondos, detrás de un alambrado vencido, pasaban las vías del San Martín.
Micaela buscó un cigarrillo y pensaba en la góndola, si la había envuelto bien, y en el gondolero tan frágil parado apenas en el borde del barco con un brazo en alto, como si señalara alguna curiosidad veneciana. Se angustió imaginando el canasto a los tumbos dentro del flete y la góndola, el gondolero y la dama, rotos en mil pedazos.
Revolvió una vez más las entrañas de la cartera hasta que encontró la llave. Estaba a punto de entrar cuando sonaron los bocinazos del fletero. Micaela corrió hacia el camión y sin pensarlo demasiado trepó sobre el paragolpes para ver los canastos. Todo estaba tal como lo habían acomodado al salir del departamento. Sólo se habían caído unas fotografías. Desde esos pedazos de papel le sonreía Julián, lleno de pecas y reflejos cobrizos de varios veranos atrás. Una sonrisa que permanecía inalterable en las fotos pero que a Micaela disparaba el sonido de sus carcajadas, el perfume de su pelo, el calor de su cuerpo cuando se tiraban a mirar películas en el sillón verde.
—¿Me escucha, señorita?
Se secó una lágrima y asintió mirando el piso. No quería que el hombre le tuviera lástima, a ella llorar le daba vergüenza.
—¿Vamos bajando las cosas? ¿Quiere que abra?
—Sí. Esta es la llave...
El hombre forcejeó con la cerradura unos instantes y, sin poder abrir la puerta, se quedó mirando el picaporte. Micaela que estaba parada detrás tambaleó; tuvo que sujetarse del fletero para no caerse.
—¿Se siente bien? Hace mucho calor...
—Sí, fue un mareo. Tiene razón, es el calor —respondió—. Deme que yo abro.
Micaela puso la llave y la puerta abrió con facilidad.
—Pero... —fue lo único que dijo el hombre.