“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

“Siempre hay una forma distinta de renombrar al mundo y volver a crearlo”

Entrevista a José María Marcos. Por Ignacio Román González (2014)

—¿Cómo fue el camino que llevó al niño José María a la literatura de género fantástico y de horror?
—Uno recuerda retazos del pasado y con ellos trata de hilvanar respuestas. Si pienso en el germen de mi relación con el fantaterror (término que usan los españoles), automáticamente evoco mi niñez y las largas sesiones de tevé con Sábados de Súper Acción y Hollywood en Castellano, por la tarde, o Kenia Sharp Club, a la medianoche. A través de estos ciclos, por ejemplo, conocí a Edgard Allan Poe, de la mano de las míticas producciones de Roger Corman, con Vincent Price, y las películas de la Productora Hammer, con Christopher Lee en el papel de Drácula y Peter Cushing como Van Helsing. A mi vieja, también, le gustaban (y le gustan) las películas de horror, así que otra postal de aquellos días me remite al disfrute de ver films con ella y mis hermanos. Algunos hitos son el estreno de “Carrie”, de Brian de Palma, en la tele, o la miniserie “El Pulpo Negro”, con Narciso Ibáñez Menta, por Canal 9. En cuanto a los libros andaban por casa las colecciones Billiken, y hasta recuerdo un largo verano que me metí de lleno con una versión de Las mil y una noches, que desbordaba de historias oscuras y fantásticas. A su vez, era fanático de Patoruzú y Patoruzito que, de vez en cuando, traían aventuras con monstruos y sobrenaturalezas varias. Eso sí: ya en aquel entonces no me gustaba Scooby-Doo, porque cada capítulo comenzaba con un misterio o un fantasma, y al final, siempre la explicación era racional: el espectro era un hombre disfrazado. Aquello me producía una gran desilusión. Quería que fuera un espectro de verdad.
—Como escritor de literatura de terror, esta es tu primera publicación dirigida a un público bien joven, ¿cómo pensás que se debe parar un autor ante su tarea cuando pretende asustar a quienes se están iniciando en la lectura?
—Me encantan las historias de terror. Escucharlas y contarlas. Inventarlas y escribirlas. Cuando hablo ante niños, sólo pienso en cómo debo dirigirme para tener una buena comunicación. No hago una lista con cosas que “no pueden decirse”, sino que evalúo cómo abordar ciertos temas complejos, como cuando dialogamos con un hijo o un sobrino. Aplico el mismo criterio a la hora de escribir para niños.
—Qué creés que es más difícil, ¿asustar niños o asustar adultos?
—Se suele decir que un buen texto de terror debe asustar. No estoy de acuerdo. El terror indaga en los márgenes de la vida, de la muerte, habla de los tabúes, se pregunta sobre el bien y el mal, se permite no ser correctamente político, aborda aquello chirriante, fuera de lugar, aquello que nos pone incómodos. El terror trata de poner de manifiesto aquellos motivos irracionales, soterrados, que mueven al mundo. Son relatos que buscan recrear el inasible terreno de los sueños, que se ubica entre el deseo y el temor. Si un texto de terror da en la tecla o pulsa bien una cuerda, y el lector, a su vez, siente lo mismo que el protagonista de la ficción, se produce un encuentro profundo e íntimo que es la verdadera clave del género.
—Como lector ávido de textos tenebrosos, y escritor que se aboca al género, ¿pensás que hay continuidad entre la literatura de terror, a secas, y la literatura juvenil de terror? ¿Hay alguna ruptura o diferencia de grado?
—Creo en la continuidad y en la literatura a secas. Hace poco escuché a Pablo de Santis decir que, en el fondo, toda literatura es infantil. Y quizás así sea, porque para que la ficción funcione el lector debe conservar la capacidad de “creer”. En este sentido los niños y los jóvenes suelen estar más abiertos, mientras que muchos adultos se detienen en lo fenomenológico en vez de apreciar lo simbólico, donde late lo mejor de la literatura.
—En este contexto de respuestas. ¿Cómo nace El hámster dorado y cómo llega a publicarse?
—La novela fue un desafío y un motivo de aprendizaje. La escribí por sugerencia de una admirada escritora, quien me estimuló para incursionar en la literatura infantil y juvenil. Entre la escritura y la publicación pasaron cuatro años, que puede parecer mucho, pero en el mundo editorial es algo frecuente. Mandé sin fortuna el manuscrito a varios editores, hasta que me crucé con una autora que buscaba material para Del Naranjo, y de pronto, el hámster que venía dándole duro a la ruedita tuvo su oportunidad.
—En tu novela uno encuentra ciertos guiños con autores clásicos como Poe o Saki. Sin embargo, el ritmo de la narración y su temática tienen una actualidad que es incuestionable. La historia avanza hacia lo ominoso y lo encuentra. Puntualmente, ¿con qué autores dialogaste al momento de escribir la historia de Camila?
—En el género fantástico se tiene una gran autoconciencia de la tradición, y si uno lee con atención siempre hay guiños a otras obras. Esto no es exclusivo de esta corriente, pero en géneros pretendidamente realistas, en su mayoría, tratan de borrarse esas huellas, no sé bien por qué. Puntualmente para escribir El hámster dorado, por un lado, tuve presentes obras de terror clásicas (como indicás), y por otro, fueron clave autores contemporáneos (Liliana Bodoc, Pablo de Santis, Norma Huidobro, Lidia Bojunga, Juan Frías o Ema Wolf, entre otros), de quienes aprendí la manera de abordar ciertos temas.
—En el libro hay una serie de dibujos de Gabo Bernstein que ilustran la historia. ¿Cómo surgió y se dio este trabajo conjunto?
—Las ilustraciones de Gabo Bernstein me encantan. Lo seleccionó y convocó la editorial. Vía Facebook le manifesté mi gratitud por su labor, pero algún día lo invitaré a tomar un café para saludarlo personalmente. Fue muy emocionante ver los rostros de los personajes de la novela, y destaco especialmente su idea de que las ilustraciones rescatasen la mirada subjetiva del hámster. Así, mientras el texto relata la historia en su conjunto, las ilustraciones muestran la visión del hámster. Resulta un contrapunto enriquecedor.
—El libro empieza con un epígrafe muy interesante de Bernardo Kordon, que dice: “El hombre no busca lo triste, lo alegre, lo bueno ni lo malo; busca una ventana para respirar y a veces la encuentra”. José María, escritor y editor, ¿encontraste tu propia ventana?
—En primer lugar, me encanta haber empezado con una cita de Bernardo Kordon, a quien admiro y hoy es poco leído. En segundo lugar, agradezco al equipo editorial que le pareciese adecuada esta frase que no subestima al lector joven. En tercer lugar, y aunque suene obvio, la literatura es, sin duda, una ventana donde poder respirar, porque hasta en los momentos más difíciles nos habla de otros universos, otros caminos, otras miradas. Siempre hay una forma distinta de renombrar al mundo y volver a crearlo.