“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

El mundo de Celso Lunghi

“El terror es un género que se
está posicionando en Argentina”

Por José María Marcos, especial para INSOMNIA, Nº 187, julio de 2013

Nacido en 1988 en Pehuajó (Buenos Aires, Argentina), Celso Lunghi ganó el Premio Nueva Novela 2012 Página/12-Banco Provincia con su obra Me verás volver, elegida por un jurado integrado por Juan Ignacio Boido, Juan Forn, María Moreno, Alan Pauls, Sandra Russo, Guillermo Saccomanno, Juan Sasturain y Aurora Venturini. Cuando se conoció el fallo, el jurado expresó: “Me verás volver es una novela epistolar pero situada en la época en que la novela epistolar había abandonado la retórica del género, y en prefiguración del chateo íntimo y del blog, jugaba el efecto de un fluir de conciencia en tiempo real, pero es también una falsa no ficción que trata de una no ficción sospechosa y un relato fantástico fuera de catálogo. De terror pero con sordina, Me verás volver se lee a la antigua, comiéndose las uñas entre misterio y misterio sin que al lector le quede en pie ninguna certeza. ¿Algunos ingredientes? Un cura cínico, cuerpos muertos okupas de cuerpos vivos —psicosis o transmigración, según quién diagnostique—, un enigma policial de portada y otro más inquietante, sutil, barroco, algunas ratas y sangre, mucha sangre, la de la menstruación, la del himen, la de las víctimas y la de ¡pintura fresca! Hacía tiempo que las grandes tradiciones de la literatura argentina no convergían en una trama tan hipnótica y desmedida”. Celso Lunghi vivió unos años en la ciudad de Buenos Aires mientras cursaba la carrera de Letras (UBA), y actualmente trabaja de corrector en el diario Noticias y comenta libros en FM City, ambos medios de Pehuajó.
—¿Cuándo descubriste tu vocación de escritor?
—Mientras cursaba la licenciatura de Letras en el 2009, comencé a ver una miniserie que me hizo pensar: “Estos tipos en el futuro serán conocidos por haber hecho algo artístico y divertido”. Hasta ese momento era un lector fervoroso, pero mi idea era formarme como investigador, especializado en literatura argentina y latinoamericana. Cuando empecé a disfrutar de esa miniserie, algo hizo clic en mí y me pensé como escritor, como hacedor de historias.
—¿Qué autores estabas leyendo en ese entonces?
—Los cuentos de Beatriz Guido me parecían descollantes. Su “Piel de verano” es un cuento de terror excelente. También me llamaban la atención Silvina Ocampo y Bernardo Kordon, quien tiene dos grandes cuentos de terror: “Hotel comercio” y “Un poderoso camión de guerra”.
—¿Y contemporáneos?
—Mariana Enríquez y Juan Diego Incardona. La novela Tuya, de Claudia Piñeiro, y varios relatos de Samanta Schweblin.
A la hora de empezar a escribir, ¿por qué elegiste el terror?
—Es sin duda el género que más me gusta. De chico veía películas con mi hermana, aunque no era tan valiente porque me ocultaba bajo la mesa (risas); la primera fue “Chucky”. El primer libro que leí fue uno de R.L. Stine. Después me cautivaron Elsa Bornemann (Queridos monstruos, Socorro y Socorro Diez) y Horacio Quiroga, entre otros. Creo que fue clave una bibliotecaria que en Pehuajó nos leía cuentos, sobre todo de terror, y nos enganchaba. Con los años llegaría Stephen King y todo su universo.

EL NACIMIENTO DE LA NOVELA

—¿Cómo empezó a gestarse Me verás volver?
—Hay una prehistoria. Cuando vivía en Buenos Aires, enfrente a mi departamento, una mujer trataba horriblemente a sus hijas. Ahí quedó la idea de dos nenas maltratadas por una madre siniestra. Escribí un cuento, a la manera de Silvina Ocampo, de dos carillas, donde la más grande mataba a la madre. Con los años se reencontraban y la más chica se vengaba matándole un hijo a la mayor por haberla hecho crecer huérfana. Luego se me cruzó el tema de la secta y, mientras leía a Sara Gallardo, pensé que se podían unir ambos temas en un ámbito rural. El tema del suicidio en masa lo saqué de un grupo religioso, liderado por un puertorriqueño, que puso una fecha para matarse. El objetivo era demostrar que todos sus integrantes eran inmortales.
—¿Por qué contar la historia a través de epístolas?
—Por un lado, nace por el fanatismo que tengo por Manuel Puig, pero, también, porque se me dificultaba la manera de narrar la historia y hacer aparecer lo sobrenatural. Un personaje debía explicitar lo que estaba pasando, pero no sabía cómo hacerlo. Al final, puse esto en manos de un espiritista. Y a la hora de escribir, finalmente, utilicé la estructura de Carrie, de Stephen King, que de algún modo se parece mucho a las obras de Puig.
—¿Qué más tomaste de Carrie?
—Lo que más me rompe la cabeza es el personaje de la madre, que es fanática religiosa. King ha tratado estos temas en muchos de sus libros. Un pasaje sacado enteramente de Carrie es la escena de la menstruación que, a mi juicio, está mejor resuelta en la película de Brian De Palma. En relación a Carrie, Me verás volver tiene una historia más recargada y con un color más latinoamericano, por ejemplo, con el tema de la Virgen que llora sangre y otros elementos propios de nuestra idiosincrasia.
—¿La presencia del frigorífico clausurado fue una manera de hablar del contexto de una época?
—No, precisamente. Siempre digo que no tengo imaginación. Escribo tomando cosas de distintos lugares. El tema del frigorífico abandonado lo saqué de algo que pasó en Pehuajó: hace algunos años fallecieron tres obreros. Mareados por unos vapores, se cayeron en unos piletones con sangre y murieron ahogados. Una vez leí que García Márquez, cuando estaba estancado con Cien años de soledad, salió al patio y vio a la mucama envuelta en sábanas, y de pronto, se le ocurrió algo para seguir la novela. A mí me pasa algo parecido. Cuando me trabo miro para todos lados y generalmente se me presentan factores externos que me ayudan.
—¿Qué hay de Pehuajó en El Tábano, la ciudad de tu novela?
—Hay poco. Hay más de los pueblos vecinos o de otros sitios. Al campo lo veo como el campo de un amigo mío en La Plata. El Tábano sería la localidad de Francisco Madero, que queda cerca. Seguramente hay referencias de Pehuajó, pero no las pensé especialmente.

LA LLEGADA DEL PREMIO
José María Marcos y Celso Lunghi en el stand de Página 12.
—¿Cómo viviste el Premio? ¿Los primeros lectores?
—Es un momento muy lindo. Las devoluciones son muy variadas. Muchos la han leído como un policial. Otro me contó que la leyó una noche de tormenta y le causó cierta zozobra. Uno destacó que la abuela le pareció un ser siniestro. El personaje más comentado es el cura del pueblo.
—¿Qué dicen tus vecinos?
—En Pehuajó la novela se vendió muy bien, y he tenido muy buenos comentarios, por fortuna. Todos se alegran de lo que me está sucediendo.
—No te pasó lo mismo que Manuel Puig, que hizo enojar a medio General Villegas por sus infidencias y no lo querían recibir...
—No, para nada (risas). Además, Puig se metía con la intimidad de sus vecinos, y eso le costó mucho. Incluso, cuando salió Boquitas pintadas, un diario de allá dijo: “Todo lo que dice el señor Puig es mentira”.
—Elegiste un pueblo como escenario para tu novela. ¿Te resultan amenazantes las localidades chicas?
—Al contrario, me gusta vivir en un pueblo. Las ciudades (y particularmente las grandes) me parecen amenazantes. Los pueblos son escenarios para contar una historia de terror, porque se trata de universos chicos que puedo manejar. El terror es más creíble alrededor de un fogón, en una confesión en medio de la soledad. Pensándolo ahora, quizás parezca una contradicción, pero hasta el momento no se me ha ocurrido una historia de terror en una ciudad.
—¿Cómo ves el género de terror en Argentina?
—Como todos los géneros, tiene sus momentos. En lo particular, creo que en Argentina se está posicionando con distintos exponentes y expresiones: Mariana Enríquez, Planeta sacó una colección, hay mucha literatura infantil, está la editorial Muerde Muertos. Faltan todavía estudios sobre nuestra literatura de terror, pero ya van a llegar. Tal vez estamos aún en una etapa de nacimiento y desarrollo.
—¿El cine y la música están presentes a la hora de escribir?
—La música, no. En cambio, el cine y la televisión son centrales. Hay muchas cosas que pienso como imágenes. Pedro Almodóvar es un director que me encanta. Sus historias están cargadas de detalles y de melodrama. Algo parecido encuentro en Jaime Bayly, que es muy interesante, aunque me gustaría que sus personajes se crucen un poco más, y que haya un poco más de episodios bizarros y sentimentales.
—¿Te has puesto a pensar cuáles son tus temas para la ficción?
—Por el momento, la religión, los cultos populares y sus consecuencias (el choque entre lo oficial y lo popular, ciertos peligros latentes en el fanatismo) componen un nucleo que me moviliza.

EL MAESTRO DE MAINE Y LO QUE VIENE

—¿Qué libros recomendás de Stephen king?
—El libro que más me gusta de Stephen King es Cementerio de animales. Me parece el más profundo. El género de terror es desesperanzador de por sí, y muchas obras de terror fallan en el desenlace. En cambio, Cementerio de animales es una obra redonda de principio a fin, como El resplandor, que es sin duda una novela que no puede dejarse de lado al estudiarse la literatura del siglo XX. Cujo es también una novela que tiene un pulso extraordinario. De las más nuevas elijo La historia de Lisey. De los libros de cuentos me encanta El umbral de la noche. Y los personajes que más adoro son Carrie White, por su fuerza, y Jack Torrance, por su enorme cantidad de matices.
—¿Cuál es tu próximo proyecto?
—A partir de un hecho que me contaron que sucedió en Santa Rosa (La Pampa), estoy trabajando en una historia que continúa en El Tábano. Si bien hay dos historias paralelas como en Me verás volver, está narrada en tercera persona y parte del espíritu de It, porque hay varios amigos que regresan a un pueblo después de haber fracasado en otros lugares. Aún no saben por qué volvieron ni lo que les espera. No está el payaso Pennywise, claro, pero algo oscuro los espera.

ASÍ ESCRIBE (*). El agua. Durante seis años, durante los seis años que duró la agonía de su madre (mejor dicho: de lo que quedaba de ella, de aquel despojo que le demandaba atención permanente), el agua fue lo único capaz de sustraerla de su realidad. Violeta entraba a bañarse y, al menos por unos minutos, las preocupaciones se disipaban. Desaparecían. Se borraban. Aunque procedía con apuro, porque su presencia en la casa era indispensable (era vital), disfrutaba de cada gota que caía sobre su cuerpo. Ahora está parada de espaldas, con la cabeza flexionada y el pelo corrido hacia los costados. El agua le golpea la nuca. Eso la relaja. La distiende. Lleva quince minutos en la misma posición. El vapor ya lo ha inundado todo. Ha empañado los vidrios, se ha adherido a las paredes, ha humedecido los calzoncillos que se amontonan en el bidet. Además, le ha abierto los pulmones. Y le nubla la vista. Entonces voltea y extiende sus manos en dirección a los grifos. Sin embargo, antes de cerrarlos, decide enjabonarse nuevamente. Como le sobra el tiempo, como no tiene ninguna obligación, lo puede hacer. Se puede dar ese lujo. Empieza por la cara. Se frota con fuerza y enfrenta a la lluvia. Las burbujas se escurren por la rejilla, despacio, muy despacito. Sigue por el pecho. Hasta hace menos un mes, su pecho era tan chato, tan plano, que le cuesta reconocer como propias a esas dos enormes pelotas que le brotaron de él. Y que, por otro lado, y a pesar de su turgencia, no la avergüenzan. En absoluto. Cuando todavía no las tenía, creyó que la iban a incomodar. Y mucho. Pero no. Al contrario: le gustan. Porque la distinguen. La diferencian del resto. A continuación, se enjabona la panza, donde, desde el mediodía, siente un ligero cosquilleo. Un cosquilleo que aumenta de manera progresiva, implacable. Violeta abre la cortina y se sienta en el inodoro. Hace fuerza. No. No son ganas de hacer pis. Ni de hacer caca. Vuelve a la ducha. Se enjabona las piernas. Sube y baja, rodeándolas. Primero la derecha, después la izquierda. Y, justo cuando está a punto de devolver el jabón a su lugar, descubre que se ha teñido de rojo. Sangre..., murmura. Sangre. Se mira las manos. Sangre. Se mira las piernas. Sangre. Mira el suelo. Sangre. Mira la rejilla. Sangre. Sangre que sale de... Imposible. (*) Fragmento de Me verás volver (La Página, 2013)