“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

Nicole

Por Fernando Figueras (*)

Nicole era una hermosa veinteañera de pelo rubio y nariz perfecta que al ser acariciada con suavidad en la nuca se transformaba en una dulce niña de nueve años, que al ser abrazada, volvía a ser una joven atractiva. Ry la había comprado con la intención de escaparle a la soledad, pero sin exagerar. Él y su esposa, o él y su hija, siempre de a dos. Tres son multitud. Ni bien la adquirió, tuvo que formatearla dándole a conocer su olor, su tacto, su modo, para que sólo mutara respondiendo a él. Ni la Nicole mujer ni la Nicole niña sabían cómo aparecía la otra; nada más conocían el gesto que las convocaba. Pero sí estaban al tanto de la existencia de su opuesto, que les hacía sentir celos.
“¿Cuántas horas fui ella y cuántas yo?”, le preguntaban a Ry, obligándolo a organizar horarios parejos para cada una, y a disponer compensatorios ante algún exceso en las duraciones. El esfuerzo valía la pena, pues ya no estaba solo, y disfrutaba jugando a ser casado sin hijos o padre viudo. Ella, en tanto, pasaba su tiempo entre caricias y abrazos, y —a su modo— era feliz. Un día, Nicole le pidió a su padre permiso para salir a caminar. Era la hora y media de luz solar, que tanto disfrutaba. Él accedió; la niña ya podía manejarse sola. En su ronda, conoció a un Perfecto Tim. Hablaron y rieron con la facilidad propia de los infantes. Pronto caminaron de la mano. Entonces, ella supo hasta qué punto estaba en manos de Ry.
¿Qué sería de su vida si Ry moría cuando la que estaba vigente era la Nicole mujer? Moriría en ese preciso instante, quedando la adulta como la versión permanente, y ella ya no podría disfrutar del sol, ni de su padre, ni de esa sensación inesperada que le provocaba el contacto con Tim, quien además era un ejemplar de avanzada, programable hasta el detalle. La niña prefirió entonces perderse por ahí. Tim la siguió. También escapaba de una posible tragedia. Al caer las sombras buscaron refugio.
Pasaron la larga noche juntos, descubriéndose cualidades que ni siquiera sus fabricantes habían sospechado. Después del descanso, la niña tomó la mano de Tim con fuerza. La sostuvo entre las suyas, como él le explicó. Y Tim mutó. Nicole lo recibió con un “Hola, papá”.
(*) El relato forma parte de la edición Nº 107 de miNatura, dedicada al género breve fantástico.