“El fondo del corazón es árido. El hombre siembra sólo aquello que puede… y lo cuida”. Stephen King, Cementerio de animales

El mundo de Ricardo Curci

La lectura como viaje a otras vidas

Por José María Marcos, especial para Insomnia, Nº 137, mayo de 2009

El argentino Ricardo Gabriel Curci ha publicado dos libros de cuentos, Los Casas (2004) y Los seres intermedios (2007), donde aparecen intercalados relatos que abrevan en el género fantástico y el terror. En diálogo con INSOMNIA, Curci enumeró sus referentes e influencias, sus comienzos como escritor y esbozó algunas ideas de por qué el terror y la ciencia ficción son géneros esquivos en Argentina. Al referirse a la obra de Stephen King, señaló que “La zona muerta me parece una novela perfecta, una de las más prolijas y discretas de su obra”.
Nacido en 1968 en Morón (Buenos Aires), los trabajos de Curci han recibido importantes reconocimientos. El relato “El desprendimiento” ganó el primer premio de la Fundación Ciudad de Arena de Literatura Fantástica (Buenos Aires, 2005), con un jurado compuesto por Pablo de Santis, Patricia Suárez y Carlos Gardini. Mereció el primer premio por la serie de poemas “Ciencia” en el concurso organizado por la conmemoración del 150º Aniversario de Esperanza (Santa Fe, 2006). “El mar” fue elegido para la Antología de Narradores de Morón en 2006 y “El rostro de los monos” (que da nombre a su tercer libro en proceso de edición) fue seleccionado para su publicación por la Casa de las Américas (2008). Ganó el premio Avalón de Relato Fantástico, organizado por la Asociación Asturiana de Ciencia Ficción, por “Los campos ingleses” (2008). Ha sido alumno del escritor Alberto Ramponelli. Es médico y anatomista.
—¿Cuándo comenzó a escribir? ¿Qué estímulos recuerda esenciales para este comienzo?
—Empecé a escribir ficción en la adolescencia, no recuerdo la edad exacta, pero debió ser por los catorce, aproximadamente. Al principio eran melodramas inspirados en series de televisión. Me atraía sobre todo la evolución de los personajes a través de los años en programas como The High Chaparral, The Big Valley o Little House on the Prairie. Por el contrario, no veía mucha verosimilitud en series donde los personajes parecían no recordar lo que habían sufrido en el capítulo anterior. En ese sentido, me acerco más al naturalismo (Zola o Balzac me gustan mucho), pero al mismo tiempo debe haber una visión personal de la realidad, que puede ser imaginativa y fantástica, o nostálgica, trágica, cómica, etcétera. Esto es lo que el autor debe aportar: su punto de vista, a partir del cual nacerá su estilo. Volviendo a las influencias, desde lo literario aprendí mucho en la infancia leyendo los clásicos infantiles de la colección Robin  Hood y Billiken (abreviados, pero entonces yo no lo sabía). Me fascinó David Copperfield, de Dickens. Más adelante leí completa la novela y me conmocionó nuevamente; incluso, me reencontré con mis propios sentimientos de cuando la leí por primera vez. Fue una identificación de sensibilidades, creo. Ese halo nostálgico, trágico y poético, de un humor muy cercano a la ingenuidad, pero siempre inteligente. No me cabe duda que Charlie Chaplin haya sido un admirador de Dickens. Las novelas de aventuras, tipo Salgari o Verne no me atrajeron especialmente; sí Jack London. En la adolescencia leí a Ray Bradbury y ahí me enamoré del género fantástico, porque en sus manos la tecnología era sólo un escenario para mostrar el alma de los hombres. Lo que empecé a escribir en ese entonces, a los dieciséis o diecisiete años, eran cuentos de ciencia ficción, llenos de lugares comunes, pero con la intención de seguir el ejemplo de Bradbury.  Luego, cuando ya tenía veinte años, me fascinó Eduardo Mallea, y fue otra cuestión de identificación con su lenguaje y su temática. Ese apego al desborde y la fluidez estilística, que me llevó a conocer a Faulkner y fascinarme nuevamente con sus párrafos tan exquisitamente poéticos. Todos estos autores son trágicos, es verdad, y trabajan en una zona muy peligrosamente cercana al desborde, al abismo que solamente las leyendas y los mitos pueden expresar. Por supuesto, mi familia influyó mucho en mis lecturas. Sin la biblioteca de que disfrutaba en mi casa, no habría podido hojear tantos libros en mis ratos libres del colegio.  En cuanto a escribir, ellos no imaginaban que yo llegaría a hacerlo, así que no hubo ni rechazo ni apoyo en particular al principio, especialmente porque es un trabajo solitario que uno no siempre está dispuesto a mostrar, ni siquiera a la familia.
—Como escritor, ¿por qué ha elegido la ciencia ficción, el terror y/o lo fantástico?
—En parte ya lo expliqué en la pregunta anterior. No hago exclusivamente género fantástico, aunque me inclino mucho a este género cuando escribo. A veces surge de la misma temática, sea porque se trata de un evento sobrenatural o no explicado, o porque el tema necesite un tratamiento más ambiguo, una exploración más profunda en busca de lo que hay de misterioso en todo. Cortázar hablaba del autor papamoscas, y pienso que no es aquel que piensa en la realidad exclusivamente, sino aquel que sin estar mirando nada en particular, ve lo que los demás no pueden. Allí donde hay solamente una silla, puede haber también un resto de quienes se sentaron en ella, un botón, un cabello, o quizá simplemente su sombra. Los tres géneros que mencionás se mezclan demasiado, pienso que no hay fantasía sin algo de horror en ella, por el simple hecho de que estamos en un ámbito desconocido, y el miedo siempre coexiste. La ciencia ficción es muy difícil, y me cuesta a veces encontrar verosimilitud, y muchos textos pecan de exceso de información. Por eso me gusta el estilo Bradbury, el estilo Ballard.
—¿Qué problemáticas aparecen con recurrencia en sus obras?
—Viendo mis textos en perspectiva, veo que ciertas cosas y ejes temáticos se han repetido, aunque en el momento de abordarlos no me di cuenta de eso. Veo que se repite cierta preocupación por el destino y las limitaciones del cuerpo, también la incomunicación entre los seres humanos, cierto regodeo con sentimientos trágicos que toman formas extrañas, a veces en acciones, otras en cosas o criaturas. La culpa es un sentimiento que me preocupa mucho; también, la dificultad de expresarse abiertamente.
—En Los Casas hay ciertos personajes, tópicos y una atmósfera que los unifica. ¿Planificó escribirlos de esta manera, o este mundo se fue imponiendo poco a poco?
—Los cuentos de Los Casas surgieron en forma arbitraria y desordenada. Fue un mundo que se fue armando de a poco, sin saber que se convertiría en una especie de ciudad, por lo menos de barrio. El primer cuento que escribí tenía un personaje casi secundario: el panadero Casas. Y alrededor de él se fue armando el resto. Casi como si cada personaje fuese llamando a los otros. Una historia necesitaba explicarse con otra historia previa o posterior, y a su vez los personajes secundarios aparecían en otros cuentos como protagonistas. Cuando esta idea se me hizo conciente, traté de seguir el modelo de autores que me gustaban, como Faulkner y Onetti.
—En Los seres intermedios intercala viejas leyendas y/o mitos. ¿Qué importancia tienen estas historias en su obra? ¿Son un punto de partida para sus relatos?
—Me interesan muchos los mitos y las leyendas, pero no soy partidario de utilizarlos como excusa para rellenar puntos fallidos en un cuento. Pavese acostumbraba a trasladar estos mitos en contextos contemporáneos, sus historias eran contemporáneas, y había que meditar en ellas para encontrar su fuente. Hay un libro de ensayos muy interesante de él sobre este tema. En los relatos de Los seres intermedios a veces surgió primero la historia, y recién me di cuenta que podía tener cierta relación con algún mito, y esto enriquecía el texto. Otras veces los personajes se comportan como en una tragedia griega,  y me doy cuenta que no desentona con lo que actualmente sucede. Las pasiones son las mismas, los complejos psicológicos también. En otras ocasiones una época o un escenario me sugieren una historia, como en los cuentos mitológicos o los futuristas.
—En sus cuentos hay cierta obsesión por las enfermedades. ¿Esto lo llevó a elegir su profesión de médico, o es que su formación universitaria le dio una visión distinta de algunos aspectos de la vida?
—Ambas cosas se desarrollaron paralelamente. Siempre opté por dedicarle tiempo a la literatura por más que esta no me ofreciese un medio de vida. Siempre fue una necesidad leer y escribir. Leer no es sólo una forma de evadirse o entretenerse, es una forma de vivir otras vidas y otros mundos. Uno sale siempre más rico de los buenos libros, aunque uno casi nunca sabe aprovechar este aprendizaje. Escribir en casi una pulsión, las ideas rondan la cabeza y se convierten en una obsesión. Hasta que uno no se siente a escribirlas irritan e incomodan. Por eso, creo que ambas cosas se alimentan mutuamente. Mi punto de vista al escribir se particulariza por mi visión como médico. No es mejor ni peor que las demás, sí diferente, y a esta peculiaridad de la profesión científica hay que sumarle aquello innato en uno, la herencia y el legado familiar, las influencias exteriores y la experiencia propia.
—Al final de Los Casas y Los seres intermedios, usted deja constancia de un período de escritura de 9 años en ambos casos. ¿Corrige mucho?
—Ambos libros fueron resultado del trabajo en los talleres, y por la década del 90 estudiaba medicina y escribía, sin preocuparme por publicar. Después del 2000 se dieron las circunstancias para hacerlo. Me interesa mucho quedar conforme con lo que publico, por eso trato de corregir mucho. Cada vez que releo encuentro algo diferente, a veces errores gramaticales, frases sin sentido,  saltos temporales inconexos. Aprendí a ser más bien conservador en el estilo, por más que me guste experimentar con ciertos cambios estructurales, como el cambio del punto de vista, la utilización del espacio en blanco, los cambios en el tiempo verbal. Pero creo que si uno no domina lo convencional y lo clásico, difícilmente pueda tener resultados eficaces al romper las reglas.
—¿Qué autores lo han influenciado y a quienes admira?
—A los mencionados más arriba, se van agregando muchos a medida que los voy conociendo, pero como síntesis los anteriores son representativos.
—¿Qué libros lo marcaron?
David Copperfield, de Dickens, en novela; El país de octubre, de Bradbury, en cuentos; y los poemas de Alberto Girri. Luego le sigue una larga lista no menos importante.
—¿Qué cuentos le parecen “el ideal de cuento”?
—Tengo cuentos que me conmovieron, y ésa es la razón por la que los recuerdo como los mejores. Hay cuentos perfectos, que uno reconoce como tales, pero aquellos que rompen algo dentro de uno son los que quedan marcados en la memoria. Por ejemplo: “Bartleby el escribiente”, de Melville; “El mensajero”, de Bradbury; y “La capa”, de Buzzatti.
—¿El cine está presente en su imaginario a la hora de escribir?
—Sin duda. Hace poco leí una entrevista a un escritor norteamericano que decía que no es lo mismo escribir en el siglo 19 que en el 20. El cine ha aportado todo un canon de imágenes, toda una serie de referencias que son inevitables a la hora de escribir y de leer. La forma de contar es diferente, ya no se necesita el detallismo para hacer “ver” al lector un ambiente o una acción. Hay objetos y cosas que todo el mundo conoce, y por eso la novela del siglo veinte ha desarrollado otros aspectos más interiores y psicológicos, además de las innovaciones en la estructura narrativa. En mi caso en particular, aprecio mucho el cine, un arte que alimenta a la literatura en cuanto a formas nuevas de contar, pero que también aprende de la literatura las buenas historias para contar. Las mejores películas se basan en novelas o en historias originales de directores que se han embebido de buena literatura. Como espectadores y lectores solamente, el que es buen lector aprende a elegir buenas películas.
—¿Podría explicar cómo es en su caso el proceso de creación de un relato?
—La fuente que originó la idea es muy variada, incluso a veces incierta. Puede surgir de un objeto, un recuerdo, una frase escuchada o leída, etcétera. Una vez que ha surgido, el proceso de escritura, en mi caso, consiste primero en darle un sentido y un objeto al texto. Es decir, debe haber cierta lógica interna por lo menos para mí. Me acostumbré a pensar en escenas cuyos pasos principales tengo más o menos claros y después me pongo a escribir. Lo que surge es diferente la mayoría de las veces, no en cuanto a la trama general, sino en cuanto al contexto. Van apareciendo cosas que no había planeado, personajes que de pronto toman relevancia, y suena repetido lo que voy a decir, pero es indudable para mí que a medida que el personaje va tomando forma hace su propio camino en la historia. Eso es porque ha ganado una personalidad, nosotros se la hemos dado, pero ya en posesión de ella, él hace lo que debe hacer, y por eso el autor no siempre conoce los detalles de su final.
—Usted se ha dado a conocer con dos libros de cuentos. Como autor, ¿los prefiere antes que a la novela?
—El haber publicado cuentos es en parte circunstancial. En los talleres literarios se suele escribir narrativa corta o poesía, o ambos géneros. Es por una cuestión práctica por las limitaciones de tiempo y distribución del material. Por eso los alumnos a veces se entrenan mejor en un género que en otro. Pero a la larga la tendencia natural se impone. En mi caso aprendí escribiendo cuentos porque siempre me gustó leerlos, incluso para mí es una buena forma de presentación para cualquier narrador. Prefiero empezar leyendo cuentos cuando entro en un autor que nunca leí antes. Pero la novela también me fascina. Yo creo, a diferencia de otros autores, que es más difícil la novela que el cuento. No por una cuestión de tiempo de escritura, hay cuentos que pueden tardar meses o años en escribirse hasta lograr el punto justo, sino en cuanto a complejidad. En el cuento valen los silencios, lo que no se dice participa tanto como lo que está escrito, y comparto la idea de que menos es más. Estos silencios le dan complejidad al cuento. Pero necesita lectores entrenados, que sepan leer entre líneas y apreciar el efecto de un buen final. La novela, en cambio me da la sensación de entrar en una ciudad enorme y que no conocemos, sin tener siquiera un plano de las calles.  Hay múltiples factores a tener en cuenta, puntos de vista múltiples, situaciones varias que divergen y convergen muchas veces. Incluso al leer una novela uno sabe que deberá comprometerse con la trama aún más allá de la lectura diaria, pensando en los posibles siguientes pasos de los personajes.  El cuento es contundente y misterioso a la vez. La novela es como una larga sinfonía a la que hay que escuchar atentamente para no perder su lógica.
—¿Cómo nació el sello Copperfield Books mediante el cual editó Los seres intermedios?
—La editorial que publicó el primer libro cerró, así que ante la dificultad de publicar en editoriales importantes, decidí tomar el mando de la publicación. Ya que debía pagar para editar, quería que saliera como yo quería. Hay errores, pero no puedo achacárselos a nadie más que a mí.
—¿Qué importancia tienen los concursos y los premios en su carrera?
—Me parecen importantes, pero no trascendentales. Es bueno presentar material a los concursos, por lo menos para tener experiencia en cuanto a su funcionamiento, virtudes y defectos. Si el resultado es favorable para uno y se obtiene un premio, perfecto. Los premios incentivan mucho, pero hay que ganárselos con el tiempo. Hay un tiempo de aprendizaje y escritura que no se compensa con nada. Puede durar cinco, diez o veinte años, pero ese período de madurez da frutos en el material escrito. A veces los premios coinciden con este desarrollo, otras veces no.
—Ha ganado un concurso con una serie de poemas. ¿Qué lugar tiene la poesía en su obra y en su vida? ¿Qué autores le gustan?
—Me gusta mucho la poesía. Disfruto leerla tanto como la narrativa. Me gustaría escribir más poesía, pero la disposición mental para dedicarse a ella es totalmente distinta. Por eso, mientras escribía poemas, no hacía narrativa, y extrañaba. En esas ocasiones me preguntaba si podría volver al cuento, porque uno cambio mucha la estructura formal de creación. Sin embargo es cuestión de tiempo, como todo. Ahora estoy trabajando narrativa, y aunque no tengo planes para poesía, me pregunto si podré ponerme a escribir algún poema nuevo. De más está decir que la poesía es un arte de vida completa. Quiero decir, respeto enormemente a quienes escriben sólo poesía, porque cada libro es un trazo más de un largo hilo evolutivo en el lenguaje poético. Los narradores escribimos poesía algo extraña, muy teñida de recursos narrativos. A veces son más poéticos nuestros párrafos de prosa que un poema escrito en el formato convencional. Hay excepciones, claro. Borges, por ejemplo. En poesía me gustan muchos, pero Alberto Girri podría ser el más representativo de mi gusto más personal.
—Usted también ha sido jurado de concursos. ¿Qué porcentaje de escritores se dedican a los géneros que usted cultiva?
—Si te referís al género fantástico, en los concursos en los que fui jurado he leído no más de un 10 por ciento de cuentos de este tipo. No es un género que se cultive mucho para escribir o leer. Habitualmente se escribe más sobre las experiencias personales, anécdotas curiosas o humorísticas, y los mejores cuentos generalmente no son los de género fantástico. No conozco la razón, quizá sea porque es difícil, y eso se ve en tantos malos textos que utilizan recursos trillados con resultados lamentables. También puede deberse a que hay un interés mayor en la ciencia o la tecnología que en la calidad del lenguaje literario, y yo soy de los que abogan en que la literatura, sea del género que sea, es un compromiso con el lenguaje, y después con la historia.
—¿Cree que la ciencia ficción, el terror y/o lo fantástico pueden llegar a tener un lugar en el mercado editorial argentino?
—Creo que sí. Dejando de lado la ciencia ficción y el terror, el género fantástico tiene más posibilidad de un lugar  en el mercado, con Quiroga, Cortázar, Lugones, Levrero, Gardini, por ejemplo, abriendo camino para tanta gente nueva que escribe bien en este género. El problema, pienso yo, con la ciencia ficción y el terror es que no nos desprendemos de los maestros norteamericanos e ingleses. Utilizamos las mismas atmósferas y recursos, y no hay originalidad. Cuando hablo de originalidad no hablo de elementos localistas, porque entonces sí hay mayor contraste. Hablo de recursos originales donde la ciencia ficción suene natural y no parezca ciencia ficción, sino simplemente buena literatura. No conozco las respuestas. Tengo algunos cuentos de este tipo escritos en taller, pero hace años que no los toco y están esperando su turno para un proyecto de más adelante.
—¿Tiene previsto algún trabajo en lo inmediato? ¿Cuáles son sus proyectos?
—Tengo un libro de cuentos a publicar próximamente. Es un conjunto de cuentos donde casi no aparece lo fantástico, salvo en ciertos casos y con ambigüedad. Están relacionados con conflictos humanos más palpables, culpas, celos, remordimientos, locura, cierta dosis de crueldad, y sus consecuencias trágicas a través de personajes complicados. Se va llamar El rostro de los monos.

Su opinión sobre Stephen King

“Me gusta mucho King. No he leído más que una cuarta parte de toda su obra, pero lo considero uno de los mejores narradores norteamericanos —expresó Ricardo Curci en diálogo con INSOMNIA—. Coincido con quienes dicen que es muy desparejo, hay novelas suyas francamente pésimas e incluso fragmentos de sus mejores trabajos se ven perjudicados por el mal gusto y la inverosimilitud. Pero menciono lo que más me gustó: La zona muerta me parece una novela perfecta, una de las más prolijas y discretas de su obra; Cementerio de animales es la que más movilizó mis miedos, tiene un lenguaje desbordante y situaciones extremas, pero su oficio sale del paso con resultados magistrales. Obviamente El umbral de la noche es su mejor colección de relatos, y “Los niños del maíz” tal vez el mejor de ellos. También me gustaron mucho El juego de Gerald, con ese giro de estructura inesperado en el tercio final de la novela, y Cujo, excelente novela a pesar de que la escena de la pelea final entre la mujer y el perro no me resulta del todo lograda”.

Así escribe

“Papá y yo vimos la última bandada de palomas un día de verano de hace muchos años. No puedo olvidarlo porque en ese momento, lo sabría más tarde, se decidió su destino, si no es que el fin de cada uno no está escrito ya desde el principio del mundo. Fuimos con el auto a las afueras de la ciudad por la autopista del noroeste, hacia unos campos inundados la mayor parte del año, excepto en verano. Los caminos eran casi inservibles y sólo se pisaba lodo. Habíamos tratado de vender esos terrenos sin resultado, y ahora papá iba a intentarlo nuevamente.
Nos estacionamos a varios metros del bosque vecino, que esta vez nos pareció más frondoso e impenetrable; en el invierno anterior había llovido tanto como en los últimos cinco años. El camino de lodo continuaba hasta allí y detuvimos el auto. Clavamos el cartel de venta en la tierra blanda. Me puse a chapotear en los charcos, yo aún tenía diez años, y recuerdo la sonrisa de mi padre al mirarme. Cuando encendió el motor para irnos, vimos a las palomas salir espantadas desde el bosque, volando hasta perderse de vista hacia el norte.
—Ya quedan pocas —dijo él, y me comentó la innumerable cantidad que podía verse tan sólo diez años antes.
En ese momento debió nacer su idea, aunque creo que recién fue conciente de ella al leer el artículo en el diario un año después, donde anunciaban que el último centenar de palomas se había extinguido. Entonces nos miramos, y pensé que pocas veces algo une tanto a los hombres como los recuerdos comunes que llegan en el instante exacto”.
(Fragmento del cuento “La paloma eléctrica”, incluido en el libro Los seres intermedios).

El horror según Ricardo Curci

Por José María Marcos, especial para Insomnia, Nº 137, mayo de 2009

Si bien su obra se nutre de diversos géneros, Ricardo Curci ha publicado hasta el momento dos libros de cuentos donde está muy presente el horror ante la vastedad del universo tal como lo definió Howard Philips Lovecraft (1890-1937). En su célebre Supernatural Horror in Literature, el Maestro de Providence expresó que estas historias deben incluir “algo más que un misterioso asesinato, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según las viejas normas. Debe respirarse en ellos una definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; ha de insinuarse la presencia de fuerzas desconocidas, y sugerir, con pinceladas concretas, ese concepto abrumador para la mente humana: la maligna violación o derrota de las leyes inmutables de la naturaleza, las cuales representan nuestra única salvaguardia contra la invasión del caos”.
En su primer libro, Los Casas, el autor presenta una serie de relatos interrelacionados por personajes al borde de la desesperación y de la locura. En medio de una brumosa realidad, dos mellizos profundizan su apego por el mal a medida que crecen, un arquitecto se siente Dios y se propone construir una casa como si fuera una catedral, un fabricante de “nuevos animales” mantiene en vilo a su comunidad, un farmacéutico lucha contra la muerte mediante fórmulas especiales y un hombre esconde un secreto en su armario, entre otros personajes de una larga galería de monstruosidades.
Los cuentos de Los seres intermedios comparten lo anormal como columna vertebral, profundizando en la evocación de mitos y leyendas y en cierta obsesión por las enfermedades y el paso del tiempo. Como muestrario de este segundo libro, bastaría conocer a las viejecillas funebreras de “Las ancianas”, los personajes melancólicos de “La paloma eléctrica”, la voluntad malsana del profesor de Historia Antigua en “Las torres” y los ahogados que salen del mar en “La playa”, aunque, por supuesto, hay mucho más que vale la pena leer.
En contraposición de los monstruos tradicionales del género (Drácula, Frankestein, el gólem, la momia, etcétera), en estos cuentos de Curci afloran lo macabro, lo inasible y lo peligroso, en medio de una “definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá”, a través de personajes que inquietan justamente por parecerse demasiado a reconocibles seres de carne y hueso.